domingo, 1 de febrero de 2015

La misión.

... y ahí estaba, clavando sus ojos a los míos, fríos, vacíos, con un brillo de desaliento y de oscuridad. Ahí estaba, con su alta y esbelta figura, ataviada con la característica capa negra, con capucha. Ahí estaba, encarándome con la mismísima Muerte.
Quién me lo iba a decir. Que la Muerte te mire fijamente a la cara no es algo que todos consideren hermoso. A mi me resultaba fascinante. Las facciones de su cara, pálida, con una textura acartonada, como si la sequedad del tiempo creara estragos en un ser inmortal y eterno como era. Las falanges de sus dedos, huesudos, mas no faltos de piel, eran violáceos, como si el frío de la noche los maltratase. La Muerte tenía cara de cansancio, se podría decir, casi de hastío. Su mirada era fría, oscura cual pozo sin fondo, con un trasfondo casi agobiante. Mantenerle la mirada causaba desesperación, desazón, horror... y fascinación. ¿Qué retorcidos pensamientos se escondían tras aquellos ojos de helado horror?
No recuerdo ni cómo llegué a estar frente a ella. Tal vez mi arriesgada vida de viajes y aventuras fuera la que llamó su atención hacia mi. La desafiaba a diario, tal vez fuera su fuente de problemas. Cuando llegó, estaba tumbado, descansando apaciblemente, con un libro en la mano. No me esperaba su llegada; de hecho, recuerdo sentir algo de frustración. Tras tantos años vividos, quería llegar así, en la apacibilidad de mi hogar, con el fuego ardiendo en la chimenea y con Knife dejándome pelos en la colcha. No era justo. Mas que justo... lógico. Tal vez fuera eso lo que me hizo levantarme sobresaltado y quedarme mirando fijamente sus pozos de angustia.
Quién me lo iba a decir... de repente, con un eco que retumbó por todo el habitáculo, la Muerte soltó una especie de sonido estridente. Una... ¿carcajada? Eso interpreté mientras, atónito, vi cómo la figura suspiraba, se sentaba en los pies de mi cama, y levantaba sus brazos para apoyar la cabeza en ellos. Pude entrever sus brazos, unos brazos escuálidos, del mismo tono violáceo que sus dedos, tan... humanos.
Permanecí en mi estado de sorpresa unos instantes más. Mas no tardé en oír una voz procedente de la figura, una voz que llegaba con su vibratto cuan viento helado de invierno, que calaba y te hacía estremecer cada músculo del cuerpo.
-Estoy esperándote. - angustiado, vi cómo me ofrecía asiento a su lado. Desconfiado, y cómo no, picado por la curiosidad, obedecí su orden, no sin dejar de mirar su rostro.
-¿...por qué ahora?- pregunté, aun asombrado.
-Eso esperaba que me preguntaras.- susurró. El susurro era más frío que su orden. La diferencia era espantosa.
-Mas no era lo que deseabas que preguntara. - acerté a articular. Digo acerté dado a que no pensé en lo que decía. No llegó a pasar un instante y ya pensé cuán insolente habría sonado mi voz. Me tapé la boca con una mano, apartando por un segundo la vista de la figura. Iba a morir, y me arriesgaba aun así a importunar a quien me iba a llevar. 'Estúpido', pensé.
-No me temas, no estoy aquí para eso.- Aquello devolvió mi atención completa. Volví a mirar a la Muerte a su enjuto rostro, y volvió a suspirar. De pronto, todo aquello se volvió repentinamente normal, abruptamente... natural.
-Entonces... ¿a qué has venido?
Volvió a suspirar, y giró un poco su cuerpo, dejándome vislumbrar algo más que aquel perfil desfigurado que poseía; volvió a clavar sus ojos en los míos; otra vez frío.
-Te sonará raro... - una especie de chirrido metálico salía de su garganta cada vez que hablaba. Pavor era la descripción.- ...pero vengo a encomendarte algo.
-¿Qué deseas que haga?
No pensaba, no sentía. La Muerte me quería encomendar una misión, una aventura. No pude más que sentirme importante. Única en lo que era, quería algo de mi, y no era mi alma la que se venía a llevar.
Carraspeó. Sí, carraspeó.
-Llevo mucho tiempo en este mundo. No vivo, mas nunca he sido Vida; no respiro, mas nunca he necesitado aire para ello. Pero aun sin tener vida ni ser humana... siento. Y siento que mi hora ha llegado.
Ese momento. Aterrorizado, me eché a temblar. Me estaba diciendo que...
-Sí, he venido a encomendarte una misión. He estado largo observándote, humano, mas tu alma no tiene valor para mí. Miles de almas me llevo en... el tiempo; para mí, no tiene clasificación. Las almas son mi alimento, mi vida, o al menos lo que los humanos consideráis como tal. Aun sin ser humana, siento. Y siento que mi hora se acerca. No puedo morir, pero el contrato que con mi sino firmé está a punto de expirar. Mía es la misión de encontrar a alguien que pueda realizar mi carga por mi. El mundo no tiene vida sin muerte, somos tan necesarios como el oxígeno al humano, el agua al pez. Por eso, querido amigo, he venido. Quiero que seas tú mi sucesor.
Calor. Repentino calor. El miedo había pasado, no había frío. De pronto, la Muerte era mi amiga. Y quería que fuera ella.
-Solo una cosa he de preguntar.
-Pregunta y tus dudas desvelaré sin temor.
-¿...dolerá?
La Muerte rió, otra vez, ese estridente sonido, esta vez... con alma.
-No, no lo hará. Será rápido, dado a que mi presencia es exigida en... otro lugar, lejos de esto. Mas es solitario, muy solitario. Por eso te he elegido. Porque tu soledad es comparable a la mía, humano. Una soledad repleta de historias. Una soledad llena de compañía. Por eso he de irme. Por eso quiero que tú seas yo.
Reflexioné unos instantes. Un "sí" surgió de mi boca, sibilino, metálico. Sentí mi alma flotar. Sentí como si me elevara un remolino de aire que me empujara a todas las direcciones. Cerré los ojos, no quería ver. La sensación de vértigo creció, y empecé a sentir angustia. De pronto, como si de un iceberg se tratase, caí en un extenso frío, mas no desagradable, mas bien confortante. Miré hacia los lados, todo era distinto. La luz se veía de otro color, las sombras no existían. Todo lo veía, sin distinción. Oía la necesidad de comer de Knife. Olía los espíritus de los escritores, danzando entre las letras de los volúmenes que su nombre llevaban. Saboreaba el aire, distinguiendo el oxígeno del carbono. Agaché la cabeza, miré mis manos. Finas, violáceas. Estaba solo.
Y sentí el calor de la eternidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario